Por Nicole Quiroz González y Carolina Saavedra Sáez
Dentro de nuestra sociedad podemos percatarnos de distintos fenómenos lingüísticos que responden a problemáticas sociales de diverso tipo. Estos fenómenos los podemos estudiar desde un punto de vista netamente lingüístico o ir un poco más allá e intentar revelar el trasfondo social de aquellos fenómenos. De esta forma, una manifestación interesante de analizar es la del abajismo. En general, entendemos el abajismo en contraposición al arribismo, un estilo al hablar, vestir o moverse dado principalmente por la imitación de las características más comunes y significativas de cierto sector del “bajo pueblo” por sujetos que no las comparten, ya sea por su ubicación geográfica original, como por la social y económica.
Como una moda entre nuestros compañeros universitarios, el abajismo se instala a nuestro alrededor y nos causan curiosidad los motivos que justifican esta conducta. Podemos clasificarlo según quien lo practique, por lo que hemos optado por dividirlo en dos grandes grupos enmarcados por las características sociales, culturales y económicas de los hablantes. El primero radica principalmente en un grupo de clase social “alta”, en el que consideramos a quienes no tienen problemas económicos, aquellos que heredaron contactos y conductas sociales exclusivas y excluyentes, viven en sectores acomodados y tienen las facilidades monetarias y culturales para desarrollarse en los ámbitos que se propongan. El segundo grupo se caracteriza por ser un sector de la clase media y baja (si nos ceñimos a las clasificaciones institucionales) que ve en la educación y la universidad como parte de ella, una oportunidad para la realización personal y la mejoría de las condiciones individuales de vida, que aunque no tiene los recursos necesarios para ser considerado de una clase acomodada, tampoco pertenece a los círculos de abismante pobreza de nuestras ciudades y, muchas veces por ello, no comparte las características estilísticas antes mencionadas.
A pesar de lo interesante que pueda resultar analizar ambos grupos, no es sino el segundo el que nos atrae mayormente, pues es el más cercano a nuestro universo como estudiantes de la USACh. ¿Qué es lo que motiva a ciertos grupos de jóvenes a cambiar su modo de vestir y hablar, más allá de la broma o la mera intención de imponer un estilo? Consideramos que si nos alejamos de lo superficial, el abajismo se da fundamentalmente en grupos de jóvenes con cierto tipo de convicciones sociales que los llevan a plantearse, consciente o inconscientemente, una reivindicación de un grupo particular de la clase segregada, de su idiosincrasia, de sus gustos estéticos y manera de hablar, una reivindicación justificada en la discriminación constante a este sector social, marginado y menospreciado.
Noble objetivo. Sin embargo, nos parece evidente que este intento de reivindicación es más bien una caricaturización del arquetipo al que denominamos “flaite” que, fuera de lo que pueda aportar o no al fin, es más bien una aspiración a pertenecer a esta clase tan bien delimitada. Fundándonos en esta premisa, consideramos que el estudiante (nos limitaremos sólo a este ámbito en este caso), incluso estudiando con becas en la universidad y crédito para pagar sus aranceles, viviendo en condiciones muchas veces precarias, con lo justo para movilizarse o comprar almuerzo, no se siente parte de la clase pobre y se margina de ella, al punto de tener que imitar lo que considera intrínseco de una ápice del universo que conforma la clase oprimida, que también es la suya, para validarse como miembro de ella. Por tanto, el estudiante abajista al no asumir su identidad, crea una por encima de la propia para demostrar, en un plano superficial, la adhesión a un grupo social determinado. Este hecho es igual de comparable a un niño de 15 años en busca de un estilo determinado, una vez que lo encuentra (generalmente comienza por los gustos musicales) adopta todas las características visuales de aquel estilo. El abajista adoptará la norma “abajista”.
El estudiante universitario forma parte de una élite intelectual, quiéralo o no; con el sólo hecho de haber ingresado a cualquiera de las carreras, ha alcanzado mayores conocimientos y educación institucional que muchos de sus compañeros de clase. Sin embargo, el modelo económico social actual sólo lo convierte en un obrero calificado que sirve a intereses particulares. Por esto, estudiante, profesional, obrero, campesino y todos los explotados, están limitados por las condiciones de clase común entre ellos que, con mayores o menores sueldos, son en el fondo una unidad.
Si concebimos el abajismo como la reivindicación de una clase, es posible concretizarlo en un problema de identidad, en la que el estudiante siente la ausencia de esta pertenencia y la busca en la adopción de moldes que no son propiamente suyos. Cambiar nuestra imagen para adquirir una ajena es, concretamente, renegar de la propia, pero esta situación resulta más relevante aún, cuando descubrimos que en ese intento por adquirir los arquetipos ajenos, hay un desconocimiento de lo que se es en realidad y una diferenciación respecto a aquellos que son imitados, lo que manifiesta una contradicción entre lo reflejado en el discurso apoyando al pobre y el no sentirse parte de ellos en la realidad, aun siéndolo claramente, y tener que recurrir a elementos externos para materializar este sentimiento.
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